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martes, 22 de marzo de 2011

AFROSINIUCHKA

La bella Afrosiniuchka ha saltado otra vez. Una más de estas fieras anónimas, mujeres imaginarias que me cautivan. Lo intentaste todo. Hace poco quisiste ahorcarte, pero ahora éste salto te ha hecho inmortal. Sabes cual es tu destino, sabes cual es la solución. Fiodor te abandonó, te dejó perdida en un capitulo cerrado... pero ahora yo te robo y te hago mía, MI AFROSINIUCHKA, protagonista de mis fantasías, no descansaré hasta que te recuerden como lo mereces... MÍA, MÍA, MÍA, MÍA

viernes, 18 de marzo de 2011

ELLOS

-¡Déjame entrar!, Amanda, déjame entrar.

La puerta del baño apenas resistía los golpes. Nunca había querido repararla, ni siquiera pintarla. Un gasto innecesario, decía ella. La fría cerámica, destrozada por los años,congelaba sus pies descalzos mientras el espejo del costado izquierdo, también en pésimo estado, reflejaba parte de su rostro inquieto. Era de noche. Observó la ventana, luego su reflejo. Con sus manos abiertas intenta quitar el maquillaje corrido por las lágrimas y nuevamente la puerta retumba.

-¡Amanda, te lo suplico!

Alaridos tormentosos, gritos desesperados y golpes cada vez más fuertes contra una puerta que va cediendo a cada impacto. Pudo haber sido diferente. A esta hora estaría al otro lado de la ciudad. Si él no hubiera adelantado su llegada, si no hubiera visto la carta…

“No planeé esto, te juro que no. Tú, yo y ellos. Fueron ellos. Tú y ellos. Es demasiado. Te controlan. Nos controlan. Antes no. Antes no venían seguido. Ahora no nos dejan en paz. No te dejan. Ya no aguanto, no aguanto, no aguanto. No quiero más, no puedo con esto. Me consumen. Nos consumen. Te consumen. En algún momento los amé. Te amé. Ahora no sé. No sé quién soy. No sé quién eres. Quien quiera que seas, por favor comprende. Para mí es el final. Intenté salvarte. Lo intenté. No puedo más. No puedo más…”

Era un papel arrugado y escrito a mano. Lo había dejado justo frente a la entrada, sobre la mesa del comedor, en el primer piso. El inesperado regreso de Antonio acabó con toda esperanza de poder huir. Los golpes y gritos continúan. La puerta cede. Quince años. Lo conoció siendo apenas una niña. Su madre esperaba al nuevo arrendatario de la habitación del fondo. Nadie sabía quién era, pues había sido un trato telefónico. Él aceptó las condiciones sin visitar la casa anteriormente. Sin duda era extraño, pero la transacción estaba hecha. Su llegada fue como la de cualquier otro inquilino. Era un hombre joven, debió haber tenido poco más de veinte años. Durante su estadía pasaba poco tiempo en casa y las pocas veces que estaba, nadie lo veía ni se enteraba de su presencia, salvo Amanda, que un par de veces, al ver una franja de luz bajo la puerta, se acercaba a escuchar lo que sucedía en la habitación de Antonio. Jamás había oído nada, hasta que una noche, al pasar por el corredor, sintió golpes y extraños quejidos provenientes del otro lado de aquella puerta. Esa vez no había luz, pero había roces, ruidos, gemidos y voces indescifrables. Para ella, fue inevitable acercarse y arrimarse a la puerta para oír con mayor claridad. Poco a poco fue aumentando la intensidad de cada sonido. Los quejidos se volvían gritos desgarradores que se atenuaban de vez en cuando, hasta convertirse en susurros nerviosos, pero luego la voz, progresivamente, se retorcía y se quebrantaba nuevamente. Tal vez fue el terror lo que hizo que Amanda siguiera inmóvil. Su incontrolable respiración y el aparente congelamiento de cada uno de los músculos de su cuerpo se apoderaban de sí. En un momento intentó levantarse, pero falló en el intento y cayó nuevamente, rozando bruscamente la puerta. Las voces callaron. Ella seguía inmóvil, sus manos y pies se congelaban. La puerta cruje.

“…Fueron ellos, fue el horror, fuiste tú, pero más fueron ellos. Fue esa niña queriendo entrar, fue la mujer que nació del fin, al comienzo de la inexistencia, del fin de lo que existe, del falso inicio de la verdad. Fueron ellos, fuiste tú, fuimos nosotros.Fueron ellos, fue esa niña, la mujer que surge de tinieblas radiantes y lava fría, que intenta extinguir el agua, nadando en fuego con sus perros de hielo y un ave roja con plumas rojas. No pudo, no pudo, no pudo. No pudiste liberarla. Fue la noche. La madrugada. Fueron ellos, fueron ellos, fuiste tú, fueron ellos con tus manos. Fui yo, fue esa, fue ella. Fui yo al abrazar los gritos, las garras y los colmillos de ellos. Fui yo al pegar la cara a la almohada mientras ellos, mientras tú, mientras tú y ellos, mientras ellos, mientras tú y ellos, mientras ellos. Fueron ellos. Los abracé, los sentí, los amé, los amé, los amé. Me quedé en el calor de la Inexistencia. Me quedé contigo, te abracé, te sentí, los amé, los amé, los amé…”

Es difícil asegurar si hubo un cambio en ella a partir de esa noche. La búsqueda había finalizado. Nunca sabremos si descubrió ese nuevo orden o si recuperó aquello que siempre fue parte de ella, sin saberlo. Las visitas cada vez se hicieron más recurrentes. Siempre la misma bienvenida. Se transformó pronto en un hábito, e incluso en un deber que Amanda estuvo dispuesta a cumplir a diario. Algo tenía el extraño. Era su voz, sus ojos, sus grandes cejas indefinibles, labios escamosos, los colmillos, las garras y su olor. Ese olor a sudor de perra, a tierra seca, a humo ácido, a veneno para ratas que tanto la idiotizaba. Cómo evitar caer una y otra vez bajo el hechizo de aquellas garras de arcángel fétido, con aires de bestia común, que descansa en sus máscaras de misterio y pudor cantado.Cómo evitar el acecho vespertino. Se transformó en poco tiempo en el alimento inagotable y necesario de todas las noches. En esa enorme casa, jamás cruzaron miradas a la luz del día. Antonio seguía tan distante como siempre, sin demostrar ni la más mínima muestra de interés. De vez en cuando lo veían entrar o salir de la casa, pero nunca cruzó palabra alguna con los demás inquilinos ni con la familia de Amanda, salvo con su madre, de vez en cuando, para arreglar asuntos de dinero. Frecuentemente se atrasaba en los pagos, pero no demasiado. Nunca causó grandes problemas. Amanda ideaba conversaciones “casuales” con su madre, para poder conseguir información sobre él.

-Me parece que es un buen niño, tranquilo… nada especial.

Si supiera la señora, si supiera.

“… ¡Ellos! Que carcomen mis heridas sin piedad alguna, que impregnaron mis sesos de podredumbre deseable, calostro de hiena que alimenta los gritos, los gritos. Y las ratas que sudan estiércol bajo la almohada maldita, en donde tantas noches dejé de existir…”

Era inevitable que Amanda desapareciera. La ventana. Podía quebrarla y salir de ahí. Antonio seguía desesperado por derribar la puerta.

-¡Te lo suplico, otra vez no! Tranquilízate y déjame entrar.

Podía quebrarla y salir de ahí. Al fin estaría en el lugar en donde ellos la esperaban. El estanque. La tapa del estanque serviría para quebrar el vidrio. Escaparía, correría, correría, correría. Descalza, desnuda, fría, transparente. Ellos así lo querían. Correría tras el aroma visceral y celestial. Ellos la esperarían, ella correría, correría, escaparía.

Y corrió y escapó, mientras Amanda desaparecía